El siglo XXI ha dado a los jóvenes, entre tecnología y educación, un desarrollo impresionante que los ha llevado a obtener, a pesar de su corta experiencia, posiciones de autoridad en sus lugares de trabajo, en ministerios y en muchas iglesias alrededor del mundo. Pero este conocimiento y habilidad otorgado a los llamados millennials los ha llevado, en ocasiones, a seguir con dificultad la autoridad que está frente a ellos: sus padres, sus jefes, e inclusive los gobernantes de sus naciones, ya que muchas veces su conocimiento los lleva a pensar (algunas erróneamente y otras con razón) que ellos podrían hacer mejor el trabajo que sus superiores están desempeñando.
Quizás ese sea uno de los motivos por los que cada vez vemos más inconformidad y una abundancia de opiniones en redes sociales, en temas políticos, en ideologías, etc. ¿Cuántos memes y burlas no hemos visto acerca de los gobernantes de nuestro país o de algún otro país cercano al nuestro? Por otro lado, a las generaciones que preceden a ésta que está comenzando a posicionarse en empresas y puestos importantes, también le está costando entender a estos jóvenes que parecen soberbios y tercos comparados con la actitud que ellos debían mostrar en la época en la que comenzaban a entrar al mercado laboral.
Uno de los problemas que se está viendo en muchos lugares de trabajo es que algunos jóvenes duran poco tiempo en sus puestos, porque en cuestión de meses desean ascender hasta donde ellos se visualizaban en un inicio, y si no lo obtienen rápidamente, se decepcionan y buscan otro lugar que «valore» mejor su talento. Esto quizá ya o has visto en lugares donde has trabajado. Sin embargo, la Biblia nos habla algo distinto a lo que vemos en nuestra cultura en cuanto al tema de la autoridad y de las generaciones que nos preceden. Seamos jóvenes o no, hay mucho que podemos aprender de los que vinieron antes que nosotros, de sus errores y de sus aciertos. «Hijo mío, escucha las correcciones de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu madre. Adornarán tu cabeza como una diadema; adornarán tu cuello como un collar» (Prov. 1:8-9 NVI).
Lo mismo aplica para los gobiernos que rigen nuestras naciones. Romanos 13 nos habla sobre cómo todas las autoridades han sido impuestas por Dios y oponernos a ellas sería como rebelarnos contra lo que Dios ha instituido. Son palabras dignas de considerar porque, ¿cuántas veces no hemos dudado de decisiones que toman nuestros jefes o gobernantes, o incluso pensado que nosotros hubiéramos hecho un trabajo mejor?, sin pensar que por algo Dios los ha puesto ahí y que no hay nada que se escape de sus manos. «Desde los tiempos antiguos, yo soy. No hay quien pueda librar de mi mano. Lo que yo hago, nadie puede desbaratarlo» (Is. 43:13). A final de cuentas, es él quien se encuentra sentado en el trono, reinando sobre todas las naciones. «El Señor reina, revestido de esplendor; el Señor se ha revestido de grandeza y ha desplegado su poder. Ha establecido el mundo con firmeza; jamás será removido. Desde el principio se estableció tu trono, y tú desde siempre has existido» (Sal. 93:1-2). Si todo está en manos de aquel que reina sobre toda la tierra, podemos confiar en que estamos seguros, sin importar qué tan lento avance nuestro proceso de crecimiento laboral, sin importar qué tan ineficientes creamos que son nuestros jefes o nuestro gobierno. Nuestro trabajo es descansar en el Señor y confiar en que él ha puesto a los que están sobre nosotros. También nuestro trabajo es escuchar atentamente y aprender lo que podamos de aquellos que en este momento son nuestras autoridades, para que en un futuro podamos ser aún más excelentes, gracias a sus exhortaciones y enseñanzas.
Comentarios en Facebook