¿Has escuchado el dicho «lo importante no es ganar sino competir»? Esta frase se utiliza típicamente en competencias, antes o después de anunciar a los ganadores. Muchas de las veces se dice con el fin de aclarar a los perdedores que el no haber ganado no les resta valor, sino que a pesar del resultado final, su participación es importante. Sin embargo, recientemente me topé con algunos versículos que me llevaron a descubrir que la vida cristiana no funciona así y que lo importante no es competir, no es suficiente un buen esfuerzo, sino entrenar para ganar.
Sí hay un premio al final
Hace algunos años tuve la experiencia de trabajar como maestra. Una de las escuelas en las que di clases tenía la filosofía de no otorgar galardones de primeros lugares en el salón. Los directores creían que lo mejor para que nadie se sintiera menos importante era no premiar a los que habían obtenido mejores calificaciones, de tal manera que los resultados numéricos no determinaran el valor de nadie.
Este tipo de pensamiento se ha infiltrado en otras áreas de la cultura también. Evitamos elogiar a unos para no ofender a otros. En ocasiones hacerlo así es válido y hasta bueno. A pesar de esto, me impresionó mucho cuando hace poco leí en 1 Corintios 9 que Pablo nos exhorta no solamente a correr la carrera de la vida, sino a hacerlo como aquel que desea ganar el premio. En la vida cristiana, al final del camino sí hay un galardón, una corona incorruptible, pero que recibiremos solamente aquellos que lleguemos hasta la meta.
Pon la mente en el juego
Por eso quiero compartir contigo algunos consejos que te permitan recordar, así como me recordaron a mí, que solo aquellos que lleguen a la meta recibirán la corona que Cristo tiene para ellos, de tal manera que pongamos como prioridad el correr la carrera.
Primeramente, una de las cosas más prácticas que puedes hacer para asegurarte de llegar a la meta es no perderla de vista. Usualmente, las personas que llegan hasta el fin son aquellas que tienen muy claro qué es lo que van a ganar en la competencia y además reconocen el valor del premio. Me recuerda a aquellas personas que ven un giveaway en redes sociales de algo que siempre han querido comprar e insisten a todos sus conocidos que lo compartan, participando, y están al pendiente de los resultados todos los días para ver si ganaron. Quienes de verdad son así es porque han reconocido que lo que podrían obtener en dicho concurso es de valor para ellos. Ahora imagínate el valor de nuestro lugar en el reino de Dios. Eso sí es algo que debemos buscar con insistencia.
En Hebreos 12 Pablo nos exhorta a correr la carrera con paciencia, poniendo nuestra mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe. Y nos lleva a meditar y profundizar en el sufrimiento de Cristo, a fin de que nuestros ánimos no decaigan, eso es lo que nos dará la fuerza para seguir adelante. Si reconocemos el valor de lo que Cristo ha hecho por nosotros y lo mantenemos en mente, nos será más fácil de sobrellevar el camino.
Corre tu carrera
El segundo consejo que puedo darte es no comparar tu carrera con la de nadie más. El Señor ha designado a cada uno un camino para recorrer conforme a sus talentos, habilidades y necesidades. Él toma en cuenta, para decidir sobre nuestra vida y nuestro futuro, muchas cosas que nosotros no vemos ni percibimos; él sabe mejor que nosotros mismos lo que nos conviene.
A veces podemos frustrarnos porque vemos que otros van más adelante, porque han logrado levantar más peso o porque han podido participar en más competencias. Pero no funciona así. Se trata de correr la carrera que Dios ha puesto frente a nosotros y no la de alguien más. Es importante mantener esto en mente todo el tiempo, para no desenfocarnos de la meta final.
Ejercítate
Finalmente, recuerda que muchas veces en una competencia el ganador no es necesariamente el que nació con más talento, sino el que más entrenó y el que se levantaba temprano todos los días para practicar. Así mismo, Pablo nos invita en 1 Timoteo 4 a ejercitarnos. Nos habla sobre cómo la piedad es algo que podemos ejercitar, así como lo hacemos en lo físico, con la diferencia de que esto genera resultados no solo en esta vida sino en la vida eterna.
Este tiempo de Navidad es uno de los momentos del año que más se prestan para ejercitar la piedad a nuestro alrededor, ya que surgen muchas oportunidades para compartir con otros. Así también, no nos olvidemos, además de ayudar a los demás, de buscar a Cristo en lo personal e íntimo. Este tiempo de nuevos comienzos es una oportunidad muy buena para reflexionar y crear metas que nos ayuden a ser mejores el próximo año. Mejores porque estamos más ejercitados, más listos para cualquier competencia, con la mirada fija en el galardón y dispuestos para toda buena obra a fin de que obtengamos el premio del supremo llamamiento que es en Cristo Jesús.
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