Si alguien tenía una cultura de excelencia en el trabajo ese era Jesús. Él literalmente vino con la misión de servir a los demás, y así leemos que lo hizo de manera incansable. No tengo la menor duda de que Jesús como carpintero fue sumamente dedicado, pero con certeza sabemos que también trabajó intensamente en los asuntos del Reino de los Cielos. Enseñó en sinagogas, recorrió aldeas, visitó casas, sanó enfermos, ¡y cuántas cosas no habrá hecho que no están registradas!
¿Jesús espera que nosotros sigamos sus pasos? Definitivamente. Esto lo vemos reflejado en sus palabras en Mateo 9:37-38: «A sus discípulos les dijo: “La cosecha es grande, pero los obreros son pocos”. Así que oren al Señor que está a cargo de la cosecha; pídanle que envíe más obreros a sus campos» (NTV). Jesús espera que se levanten más obreros para trabajar en los asuntos del Reino; sin embargo, él no espera un servicio que primero no sea adoración.
Adoradores antes que obreros
¿Por qué es importante que seamos adoradores antes que obreros? Si el servicio no brota de la adoración, entonces todo será mero activismo. Dios está más interesado en los corazones que en el resultado práctico de las cosas. A.W. Tozer sabiamente dijo:
«Creo que debemos trabajar para el Señor, pero esto es cuestión de gracia por parte de Dios. Sin embargo, no creo que debamos trabajar hasta que no aprendamos a adorar. Un adorador puede trabajar dotando su trabajo de una cualidad eterna, pero un trabajador que no adora no hace mas que aplicar madera, heno y hojarasca para el momento en que Dios haga arder el mundo. El Señor quiere adoradores antes que obreros. Nos llama de vuelta a aquello por lo que fuimos creados: adorarlo y disfrutar de él para siempre. Y así, de nuestra profunda adoración, fluirá nuestro trabajo para él. Nuestro trabajo sólo es aceptable para Dios si también lo es nuestra adoración».[1]
Un fruto mayor
Cuando servimos sin un corazón de adorador, ese servicio se convertirá en afán, tal cual le sucedió a Marta, mientras que María de Betania «eligió la mejor parte» al estar atenta a las palabras de Jesús. María, siendo cautivada por el Señor, no solo estaría dispuesta a servir en quehaceres, ¡sino a rendir hasta su propia vida! Lejos de ser una mujer holgazana, ella sirvió arduamente como colaboradora de Cristo. Si nuestro trabajo afanoso carece de amor, más temprano que tarde nos daremos por vencidos. El afán nunca ha sido un buen incentivo para el servicio.
El amor es el motor más grande del ser humano. No hay nada que lo haga perseverar y soportar tanto como el amor; y la adoración es la manifestación o el fruto del amor. Sirve, pero hazlo con todo tu corazón, con un corazón de adorador.
[1] Tozer, A.W. Diseñados para adorar. Portavoz. Michigan, 2009. pag. 97.
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