En la primera parte de esta entrada vimos la crucial labor y la responsabilidad que tienen los padres sobre la vida y el futuro de sus hijos. Si bien el mundo busca respuestas en nuevos estudios y metodologías, nosotros estamos convencidos de que es el consejo de Dios en su Palabra lo que necesitamos para cultivar el amor y la honra en la familia, lo cual conforma el ambiente propicio en el cuál nuestros hijos puedan desarrollarse y prepararse para triunfar en la adultez de acuerdo con el propósito de Dios.
En Colosenses 3:20-21 encontramos una instrucción directa con relación a las responsabilidades en la familia: «Ustedes los hijos, obedezcan a sus padres en todo, porque esto agrada al Señor. Ustedes los padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten» (RVC).
El desaliento es eso que sentimos al salir de una mala junta de trabajo; lidiamos con el desánimo tras las malas noticias y los fracasos de la vida. Es algo con lo que inevitablemente lucharemos en algún momento, pero bajo ninguna circunstancia debe der ser causado por la figura que tiene el propósito de animarte e impulsarte.
«Desalentado» quiere decir «sin aliento». Es decir, sin vida, sin sueños, sin aspiraciones. Condenado hacia el fracaso, la mediocridad y a la desesperanza. No es un asunto de poca importancia el que Pablo está compartiendo aquí. El pastor Sam Storms define la palabra «exasperar» o «provocar» como el «resultado de una severidad indebida en el ejercicio de la disciplina», y añade: «la obediencia que sus hijos deben rendirles no excusa ni justifica en modo alguno la insensibilidad, la brutalidad o un autoritarismo que aplasta su espíritu».
El Dr. Henry Cloud —psicólogo y teólogo especialista en temas de familia— comenta lo siguiente en su libro «Cambios que sanan»:
«Si un padre utiliza su autoridad de forma dura y cruel, el niño desarrolla una relación de odio con la autoridad y no puede interiorizarla sin conflicto… Un niño no puede identificarse con alguien que odia. El niño necesita desarrollar autoridad, experiencia e influencia para la adultez, pero si el niño odia a la fuente de todas esas cosas, tendrá conflicto».
¿Cuál es entonces la forma correcta de proceder para forjar la disciplina correcta y al mismo tiempo impulsar la vida de nuestros hijos? Toma en cuenta los consejos prácticos que se presentan a continuación.
Insiste en la «obediencia» pero no más que en el «evangelio»
A temprana edad, el llamado a la obediencia le permite al niño conocer la figura de autoridad que él mismo abrazará cuando llegue a la adultez, y al mismo tiempo le permite discernir entre lo que es bueno y lo malo. Sin embargo, insistir en la obediencia lejos del contexto del evangelio, será poner una carga sobre los hijos imposible de llevar. Recuerda que debido a su naturaleza pecaminosa, ellos son incapaces de agradar y hacer la voluntad de Dios. Por eso, nuestro principal enfoque debe de ser exponer a nuestros hijos al evangelio, para que asistidos por la gracia y el poder del Espíritu Santo, puedan practicar la obediencia como fruto de la nueva vida en Cristo.
Constantemente recuérdale a tus hijos lo importantes que son para ti
No importa que ya no sean tan pequeños, comunícales el gozo que te provoca verlos crecer y triunfar. Exprésales verbalmente que eres un aliado de la visión que Dios puso en sus corazones. Hay quienes dicen que los hijos solo buscan la aprobación de los padres, cuando la realidad es que buscan mucho más que esto. Ellos buscan no solo que «los aprueben», busca que los «impulsen». Investiga lo que le interesa, y aunque no seas un experto, coméntale cosas relacionadas a ello.
Ten cuidado de alabar el éxito de otros mientras tus propios hijos carecen de afirmación
Nuestra tendencia cuando vemos en otros niños lo que deseamos provocar en nuestros hijos es compararlos con ellos. Lejos de animarlos, esto puede marcarlos y desanimarlos al pensar que no son lo suficientemente buenos para agradar a papá y mamá. La comparación nunca será una alternativa provechosa.
Celebra la relación que tus hijos tengan con Dios
Por último, la bendición de los padres es tan importante en la Biblia que Esaú lloró amargamente por ella cuando Jacob se la robó engañando a su padre. Si no manifiestas gozo por su crecimiento espiritual, el mensaje que le das a tus hijos es el siguiente: «Esto de la espiritualidad es un capricho de juventud. Al parecer no vale la pena invertirle tanto tiempo, cuando uno llega a ser adulto la llama se apaga, tal cual sucedió con mis padres». O bien, «a mis papás les da igual que sirva y ame a Dios o que pierda mi tiempo en cualquier otra cosa». Nuestra actitud respecto a su relación con Dios habla de las prioridades de nuestro corazón.
Concluyo con palabras de esperanza ante tan importante asignatura. Todos, por más «perfectos» que seamos, nos vamos a equivocar. Cometeremos errores que afectarán la vida de nuestros hijos, pero recuerda que como padres no estamos solos. Descansen en la misericordia y el amor de Dios. Crean que él puede restaurar relaciones dañadas, pidan que sane heridas del pasado, que haga milagros en el corazón de sus hijos, y ante los retos que tengan por delante, que les dé la sabiduría para impulsarlos, para que triunfen en la vida y para que vivan para la gloria de su Nombre.
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