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Es a Cristo a quien sirves

Así como Hollywood ha «romantizado» la idea del amor, pintando historias ideales y de ensueño, nosotros los cristianos nos hemos encargado de hacer lo mismo con el servicio o el ministerio. Recuerdo cuando me gradué del instituto bíblico, ¡sentía que las naciones me llamaban! Veía el llegar a servir en la iglesia de «tiempo completo» como un «Disneyland» paradisiaco. Normalmente cuando pensamos en el servicio a Dios, tenemos una idea en nuestra mente. Pero, ¿qué si la idea que Dios tiene es distinta a lo que esperamos?

No me malinterpretes, ¡hay mucha necesidad de servir en la iglesia!, y oro que Dios levante siervos para las misiones, ¡es tan necesario! Pero hay otra clase de servicio a Dios que la mayoría del tiempo pasa inadvertido, provocando así desenfoque y frustración mientras permanecemos en ese «campo misionero». Este tipo de servicio se llama trabajo, muchas veces catalogado como «secular». Éste puede ser desde cambiar un pañal hasta cambiar una tubería, desde trabajar en el hogar hasta trabajar en la fábrica, cargando una escoba o cargando un maletín, portando corbata o un casco de protección. Así es, sea cual sea, ¡tu lugar de trabajo es el ambiente perfecto para servir a Cristo!

Esta misma fue la exhortación que Pablo le hizo a los colosenses: «Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo, conscientes de que el Señor los recompensará con la herencia. Ustedes sirven a Cristo el Señor» (Colosenses 3:23-24, NVI). Aquí Pablo habla de una recompensa por obedecer… sí, ¡obedecer en todo a sus amos terrenales! Esto cambia por completo la perspectiva que tenemos de nuestro trabajo. Sé que suele ser complicado, sobre todo cuando tu jefe terrenal no tiene temor de Dios y quizás el trato que recibes no es el que esperabas. La fuerza que necesitas para perseverar viene de recordar que es a Cristo a quien sirves. Pablo nos hace un llamado a la excelencia y a la integridad, a servir con esmero aun cuando no nos estén viendo. Porque, ¡oh, sorpresa! , nuestro verdadero amo —el celestial— todo el tiempo nos está viendo.

Nuestra integridad en el trabajo puede ser un testimonio para los que están a nuestro alrededor, testimonio que puede respaldarnos cuando se presenten oportunidades para compartir el evangelio con ellos. Dios nos ha puesto como luces en medio de la densa oscuridad. Él te ha puesto en el lugar en donde estás para que des testimonio de las buenas nuevas en Cristo Jesús. Piensa que, de toda tu congregación, probablemente tú eres la única voz de esperanza que está al alcance de ellos. ¡No desaproveches tu oportunidad de privilegio! Recuerda que es a Cristo a quien sirves y de él recibirás la recompensa.

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