«No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2, NVI). Dios es el primer interesado en bendecirnos. Su voluntad es buena, agradable y prefecta y él quiere que lo comprobemos. ¿Cómo podemos probarla? ¿Cómo podemos vivir esta voluntad que se describe en este pasaje de una manera tan maravillosa para nosotros?
No se amolden al mundo actual
Leamos nuevamente la primera parte de Romanos 12:2: «No se amolden al mundo actual». Dios nos conoce más de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Él sabe que nuestra debilidad y peligro se encuentra en nuestra orientación a buscar lo que este mundo ofrece. El mundo y sus pasiones corren enérgicamente a la dirección opuesta a la voluntad de Dios.
Puede sonar como una exageración, pero, ¡es tan sutil! No necesariamente debe tratarse de un pecado escandaloso para ser amoldados por el mundo actual. Es tan sencillo como tomar una decisión sin consultar a Dios; basta con tomar salidas «fáciles» porque creemos que si elegimos el camino de Dios todo será más lento, difícil o doloroso. Esto no suena tan escabroso como los «grandes» pecados, tales como mentir, adulterar, matar, robar, engañar, pero a la larga obtendrá el mismo resultado fatal: alejarnos de su buena y perfecta voluntad.
Renueven su forma de pensar
En contraparte, Pablo dice: «sino sean transformados mediante la renovación de su mente». ¿Por qué Dios apela a nuestro intelecto en todo esto? ¡Nuestro Dios es completamente sabio! Él sabe que la consumación de nuestro pecado tiene su origen en nuestra mente. Comienza con un pensamiento, se convierte en una emoción y se consuma en una acción. Si pensamos como el mundo, haremos la voluntad del mundo, pero si pensamos como Dios, entonces seguiremos la voluntad de Dios.
Jesús lo enseña de la siguiente manera en Marcos 7:21-22: «Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad» (NVI). El primero y más grande mandamiento es amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente. Así es, ¡nuestra mente!
Entregarle nuestra voluntad a Dios es una decisión que tomamos con nuestro corazón y nuestra mente. La primer batalla que debemos librar sucede ahí mismo. Cuando escuches el llamado de su Palabra, baja toda defensa y humildemente reconoce que no hay otro ser más capacitado para conducir tu destino. Incluso cuando a veces no logres entenderlo, ¡Dios es perfecto y sus caminos siempre son los mejores! Deja que el Espíritu Santo revolucione tu mente. Al hacer esto, comprobarás que su voluntad es buena, agradable y perfecta.
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