Pensaba en titular este artículo «Entender la presencia de Dios», pero luego reconsideré… ¿podemos «entender» algo tan inescrutable? Pablo expresa en la doxología de Romanos lo siguiente: «¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos!» (Romanos 11:33 NVI) Por otra parte, en Jeremías 9:24 encontramos que, si de algo hemos de jactarnos, es «en entenderme y conocerme» dice el Señor. Podemos concluir que es imposible entender por completo la naturaleza y los atributos de Dios, su grandeza nos sobrepasa. Pero al mismo tiempo, a través de su Palabra y de la ayuda de su Espíritu Santo, podemos «crecer en entendimiento». Créeme, si logramos profundizar en aspectos de la fe, sería tan solo «arañar la superficie» y al mismo tiempo, ¡eso bastará para ser continuamente sorprendidos y transformados! Así que, reflexionemos…
El término «la presencia de Dios» se ha convertido en un cliché entre los cristianos. Esto es peligroso. Nos hemos cansado de cantar de «la presencia» y hablar de «la presencia», pero a la vez, podemos estar muy poco conscientes de «la presencia de Dios», de lo que significa y de su importancia en nuestra vida como discípulos de Cristo.
Entendamos el término
Primero es necesario definir lo que entendemos como «la presencia de Dios». Si bien Dios es omnipresente, entendemos que en numerosas ocasiones el término se expresa para describir una experiencia en la que percibimos o sentimos la realidad de Dios de manera más directa, íntima, efectiva o intensa. O bien, cuando Dios manifiesta su influencia de una manera evidente y palpable. Observa lo que dice Santiago 4:8 (NVI): «Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes». Si Dios está en todos lados, ¿por qué nos invita a «acercarnos a él»? Dios está en cada rincón de la tierra, pero su aprobación y su favor no están con todos.
Su presencia marca la diferencia
Moisés fue un amante de la presencia de Dios. En Éxodo 33:15 (RVR1960) él hace una declaración osada e impactante: «Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí». ¡Espera, Moisés! ¿Qué estás diciendo? El desierto no es un lugar en donde quieres estar. ¡Vamos rumbo a la tierra prometida! ¿Cómo te atreves a decir eso? Moisés entendía que la tierra prometida sin la presencia de Dios era tan solo una tierra más. Él estaba consciente de que su éxito, su victoria, su sustento, la dirección, ayuda y protección, no venían de la capacidad de su pueblo, ni siquiera de sus cualidades de liderazgo, sino de la presencia de Dios en medio de ellos. La presencia de Dios en la vida de Moisés marcaba la diferencia.
Su presencia misma es la recompensa
No podemos limitarnos a pensar en la presencia de Dios como algo que necesitamos para ser más efectivos y exitosos. La presencia de Dios no es «una herramienta para obtener otras cosas mejores». ¡Su presencia misma es la recompensa! No hay mayor deleite y plenitud en el ser humano que cuando logra palpar y percibir la excelencia y la naturaleza de Dios mismo. El deseo del rey David era habitar en la casa del Señor todos los días de su vida y su motivación no era «para obtener mayores capacidades e influencia sobre el pueblo» sino «contemplar la hermosura del Señor».
Que el Señor despierte en nuestro interior un profundo deseo por su presencia.
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