¿Quién no desea ser exitoso? Al menos yo nunca he escuchado a alguien decir: «¡Yo tengo el deseo de ser un fracasado!» Todos, de alguna manera u otra buscamos el éxito. Esto es algo bueno, sin embargo, al mismo tiempo puede ser peligroso. A continuación comparto algunos puntos de reflexión para guardar nuestro corazón de no caer en los tres peligros de la búsqueda del éxito.
El peligro de los parámetros equivocados
El problema no es buscar el éxito, el problema es lo que entendemos como exitoso. Si nos basamos en los parámetros del mundo, nos encontraremos errando en cuanto a lo que Dios considera importante. Francis Chan dice que «no hay mayor fracaso que tener éxito en las cosas que no importan en la eternidad». ¿De qué nos sirve alcanzar fama, dinero y logros si nada de esto podremos llevarlo en nuestra partida de esta tierra? Busca ser exitoso pero a la luz de la eternidad. La manera de tener éxito ante los ojos de Dios es a través de la obediencia. Cuando el hombre camina en integridad de corazón, se encontrará que con frecuencia Dios le hace prosperar.
El peligro de buscar el éxito con motivaciones incorrectas
Ahora bien, no solo debemos prestar atención a «lo que hacemos» sino al «porqué lo hacemos». Podemos realizar muy buenas acciones y alcanzar grandes logros con motivaciones incorrectas. Por ejemplo, ¿estudiar en un seminario teológico es malo? ¡Para nada! Es plausible que alguien tenga el deseo de crecer en el conocimiento de Dios. Pero, ¿qué hay de aquellos que lo hacen para jactarse de su conocimiento? Esas personas buscan algo bueno, pero internamente lo hacen para enorgullecerse.
El peligro de olvidar lo más importante
Por último, podemos tener éxito en cosas moralmente correctas, y al mismo tiempo olvidar aspectos fundamentales en nuestra vida. Es bueno tener éxito en la escuela, en el trabajo, en el ministerio, pero nada justifica que descuidemos a nuestra familia y nuestra relación con Dios en la búsqueda de estas cosas. Para trascender y no caer en los peligros de la búsqueda del éxito, necesitamos tener en orden nuestras prioridades. Dios siempre será el número uno, es más, él debe ser el todo de nuestra vida.
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