Existe en el Antiguo Testamento una historia muy interesante en la que el rey de una tierra llamada Aram se molesta con el profeta Eliseo por haberle dicho a su propio rey los planes que este pueblo tenía de guerra y destrucción para con Israel. Así que, este rey envió un gran ejército en contra del profeta de Dios. Al levantarse en la mañana, él y su siervo se encontraban rodeados de carretas y caballos, no tenían escapatoria. Cuando reaccionó atemorizado, Eliseo solamente le contestó a su siervo que no tuviera miedo, que había más peleando de su lado que en su contra; y le pidió a Dios que le abriera los ojos a este siervo para poder ver al gran ejército de caballos y carros de fuego que estaban del lado de Eliseo y del suyo (2 Reyes 6:8-17). ¡Imagina la sorpresa del siervo al ver un ejército celestial tan grande cuidando de él y de su amo! Seguramente en ese momento se tranquilizó mucho y se llenó de valor frente a la situación adversa que lo rodeaba, que, como podrás sospechar, terminó en victoria para ellos.
¿Quién contra nosotros?
Esta historia me recordó también la frase de Pablo: «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Romanos 8:31-32). También en este capítulo, Pablo pregunta a la iglesia quién puede acusarnos pues Dios nos justificó, o quién puede condenarnos si Jesús murió por nosotros, y termina concluyendo lo siguiente: «Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8:38-39). El Dios que entregó a su propio Hijo por amor es el que está de mi lado y pelea conmigo todas mis batallas, de la misma manera en que estuvo con Eliseo y con su siervo en un momento de —aparentemente—mucha angustia, en que parecían no tener escapatoria. Pero Dios es grande y siempre está al control.
Cristo, mi ejemplo
Esto me pone a pensar que necesito pedir a Dios lo mismo que Eliseo pidió por su siervo, pues muchas veces soy como él, reacciono con pánico, repitiéndome una otra vez que ya no hay escapatoria. Pero si no quiero ser como ese siervo, ¿cómo debo reaccionar ante las situaciones difíciles que se me presenten? Siempre que nos encontremos ante preguntas como ésta y tengamos que descubrir cómo actuar ante una situación dada o qué hacer ante cierto problema, tenemos un ejemplo a cual seguir: Cristo. Una de las cosas muy notables en su caminar por la tierra es su dependencia del Espíritu Santo, y que constantemente recordaba a sus discípulos que todo lo que tenía venía del Padre. Él sabía que no estaba sólo en cada una de las situaciones que atravesaba, y esto hacía más fácil sobrellevar las cargas que pudiera tener.
Pidamos a Dios, como hizo Eliseo por su siervo, que en todo momento nuestros ojos estén abiertos para ver quién está con nosotros, de nuestro lado, peleando nuestras batallas, y para poder ser dependientes de él en todo lo que hagamos. Que podamos decir con certeza como Pablo, ¡nada puede separarme de Cristo, quien me acompaña en cada batalla!
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