El ser humano, por naturaleza y como instinto de supervivencia, evita a toda costa el dolor en cualquiera de sus presentaciones, siendo una de ellas la enfermedad. ¡Y qué época nos está tocando vivir! El mundo está pasando por una crisis de enfermedad física y espiritual. Siempre lo ha estado, pero debido a la pandemia que enfrentamos, se ha vuelto evidente cuan frágil es el ser humano.
La enfermedad COVID-19 nos ha abierto los ojos a lo vulnerable que es la vida, y también nos ha recordado la importancia de orar y servir a aquellos que, a causa de las enfermedades, enfrentan en diferentes medidas la agonía, el dolor y la incertidumbre.
Hoy quiero escribir a los que quizás ya llevan tiempo luchando con una enfermedad crónica, a aquellos que acaban de recibir una fuerte noticia y a los que les ha tocado acompañar a seres queridos que atraviesan el valle del dolor. ¡Hay esperanza cuando estamos en medio de enfermedad!
Yo sé en carne propia lo que es experimentar el temor nocturno, aquel que viene cuando el sol esta por meterse y empieza a oscurecer. Ese tiempo en el que a nuestra mente acechan pensamientos de angustia y desesperanza. Y justo sin saber la razón, parece que al anochecer, los dolores y las enfermedades se agudizan y nos hacen sentir peor. Querido hermano, te entiendo y por eso escribo esto. Quiero recordarte la Palabra que nos dejó el Señor, aquella que nos ayuda a orar en medio de la prueba: «No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la pestilencia que anda en tinieblas, ni la destrucción que hace estragos en medio del dí» (Salmos 91:5-6, NBLA). Aférrate a la Palabra viva, porque ella es la fuente de tu paz.
No pretendo dar falsas esperanzas y decir que esta enfermedad desaparecerá o que pronto pasará. Dios, en su soberanía, actuará a nuestro favor aun atravesando por el valle de sombras. «Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito» (Romanos 8:28, NBLA). Sí, ¡cómo golpea fuerte la palabra «soberanía» cuando experimentas el dolor! Es triste que a veces únicamente la relacionamos con juicio, condena, desastres o una dura autoridad, pero la soberanía de Dios obra en armonía con todos sus atributos, incluyendo el bien, la misericordia, la sanidad, el consuelo, la paz y la fortaleza.
Jesús se compadece de nuestro dolor
Es en estas temporadas cuando podemos experimentar de manera más profunda el amor y el cuidado de Dios. No olvides que Jesús tiene la capacidad de compadecerse de nosotros porque él mismo sufrió profundamente por nuestras iniquidades, al punto de que, en Isaías, se le describe como el «varón de dolores, experimentado en quebrantos». Él se compadece de nuestro dolor, de nuestras luchas y tentaciones, porque siendo Dios, abrazó la humanidad en su plenitud. «Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado». (Hebreos 4:16, NBLA).
Dios habla a nuestro corazón
En el plano carnal, la enfermedad nunca será algo positivo, pero en lo espiritual, Dios puede hacer que de nuestro sufrimiento surja su bendición. Así es, ¡puede salir algo provechoso de esta difícil temporada! Y la Biblia nos enseña que una de esas cosas es que, a través del sufrimiento, nuestro oído espiritual se agudiza. Esto lo encontramos en Oseas 2:14, que dice: «Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón» (RVR1960). El mismo Job —uno de los hombres de la Biblia al que conocemos por su sufrimiento— declaró lo siguiente como resultado de su adversidad: «De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven» (Job 42:5, RVR1960).
C.S. Lewis —autor de las Crónicas de Narnia— dijo acertadamente: «Dios nos susurra en nuestros placeres, habla en nuestra conciencia, pero grita en nuestros dolores; el dolor es su megáfono para despertar a un mundo sordo».
Jesús tiene el poder para sanar
Ya hablamos de la soberanía de Dios, y debemos estar conscientes que a veces la voluntad de Dios es que pasemos por el sufrimiento, y él estará con nosotros, nos confortará y consolará en todo momento, pero al mismo tiempo, tenemos muchas razones para orar y esperar un milagro del Señor. ¡Basta con observar los evangelios y ver como Jesús, en su ministerio, sanó a muchos enfermos! «El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; El que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila.» (Salmos 103:3-5 RVR1960)
Cuando atravieses por el dolor, no dejes de creer, no dejes de adorar, porque su misericordia jamás te va a abandonar. Acude a Jesucristo, el que puede compadecerse de ti, el que habla a tu corazón, el que tiene el poder para sanarte. Nuestro Dios es bueno en todo tiempo.
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