Uno de los principales desafíos que enfrenta un hombre creyente casado es aprender a escuchar la voz de Dios para traer visión y dirección clara a su familia.
Uno de los pasajes que más me gusta de la Biblia es el que se encuentra en el libro de Jueces en el capítulo 13, verso 8, que narra la historia de Manoa y su esposa, quienes no podía tener hijos. Un día un ángel los visita y les promete un hijo, que sería aquel que los salvaría y libertaría al pueblo de Israel de mano de los filisteos. Estaba hablando de Sansón, de modo que es así como les da esa sorprendente promesa de parte de Dios.
Cuando Manoa, el padre de familia, escucha tal declaración, se dirige al ángel con algo como: «¡Hey, momento, no te vayas! ¡Necesito que me digas cuáles son las instrucciones que debo seguir para criar a mi hijo y que este pueda cumplir el llamado y el propósito que nos estás declarando hoy!». Estoy convencido que la actitud que tuvo Manoa en esa oportunidad es la actitud que todo hombre casado, padre de familia, debe seguir, de orar, de buscar la presencia de Dios diligentemente y aprender a escuchar su voz para obtener esa visión clara que su familia necesita.
Si lo dañas, lo reparas
Recuerdo la historia que alguna ocasión me contaron acerca de un jovencito, que había visto la buena relación que sus abuelos habían mantenido a lo largo de los años, una relación muy saludable, en la que el abuelo amaba a la abuela y ella lo honraba. El joven estaba súper entusiasmado de conseguir un buen consejo de su experimentado abuelo, así que fue a él para preguntar: «Abuelo, dime cuál es el secreto para tener un matrimonio sólido, estable, ¿qué es lo que tú has hecho?». Y el abuelo, sonriendo, responde: «Mira, hijo, yo vengo de una generación en la que, cuando dañabas algo, lo tenías que reparar; cuando rompías o averiabas algo, tenía que pasar por un proceso de restauración, no lo desechabas».
Creo que a todos eso nos sacude, porque venimos de una generación (y las generaciones que vienen adelante, también), en la que, si algo y se descompone o se rompe, la tendencia es correr a una tienda a comprar un nuevo producto, porque tenemos muchas opciones, ¡y es lo que hacemos! Sin embargo, no deberíamos llegar con ese chip al matrimonio, dado que éste muchas veces se daña por actitudes y errores nuestros, por falta de sabiduría y por no escuchar correctamente la voz de Dios.
El proceso de restauración
Cuando dañamos la relación con nuestra esposa o nuestros hijos, no tenemos la opción de ir a otro lugar a cambiarlo —aunque eso es lo que la sociedad quiera plasmar en nuestra mente con sus películas y series de televisión, que el matrimonio es desechable y podemos intercambiarlo por otro si no nos gusta— sino que debemos entrar al proceso de restaurar y de reparar lo que estamos dañando, debemos tomar las medidas correctivas en ese momento.
Lamentablemente hay hogares en nuestros países en los que los hombres —las cabezas de hogar— no tienen eso claro ni tienen el carácter para afrontar situaciones difíciles, y en medio de una crisis familiar, su respuesta es huir. No solamente llegan a huir físicamente y dejan a sus familias —lo que llamamos un abandono de hogar— sino que tristemente, hay hombres casados que están presentes físicamente en sus hogares, pero ausentes en realidad, porque no hay honra para los hijos ni para la esposa, no hay atención; tristemente en esos casos no existe la auténtica paternidad en casa y no hay un auténtico esposo en el hogar, debido a que los hombres han abandonado la posición que Dios creó para ellos de aprender a escuchar su voz para traer una visión clara a su familia.
La maquinaria que lleva a todo el tren
Creo que un buen ejemplo sería un tren en el cual el hombre es la máquina que va delante, llevando con toda su fuerza a los demás vagones, que son la esposa y los hijos, y todos se sujetan a la máquina que los dirige con fuerza por esos rieles, que vendrían a ser la visión y el propósito de Dios para ese hogar.
Creo con todo mi corazón que el matrimonio es un gran desafío en el cual no sabemos lo que a va pasar mañana, no sabemos lo que va a suceder en unos años más adelante. Veámonos hoy, no imaginábamos hace unos años o siquiera meses, que estaríamos enfrentando una pandemia mundial que nos mantendría en nuestra casa, y a algunos de nosotros, sin trabajo. La única certeza que tenemos para nuestro matrimonio es una promesa, un pacto que hicimos el día que nos juntamos en ese altar, cuando prometimos que en todo momento íbamos a estar al lado de nuestras esposas, y ese pacto, queridos amigos, Dios lo lleva en el corazón. Por eso es de vital importancia volver a Dios y a su consejo, para ser los líderes que Dios desea que seamos, para dirigir con fuerza y firmeza a nuestras esposas e hijos al buen destino que Dios ha determinado para nuestras familias.
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