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Ser o hacer, esa es la cuestión

Para bien o para mal, toda nuestra vida crecemos escuchando cosas que otros nos dicen acerca de quienes somos. Algunas muy básicas como: eres mexicano, argentino, americano», etc., eres hombre o eres mujer. Esas afirmaciones establecen cosas de nuestro carácter que no podemos negar y que forjan quienes somos. Pero mezcladas con ellas, también en ocasiones escuchamos cosas acerca de quienes somos que no son hechos, sino opiniones de los demás. «Eres un buen deportista o un buen artista, eres un excelente estudiante», etc. Este tipo de criterios en ocasiones se presentan de manera negativa también. «Eres un mal hijo, eres un pésimo cantante», etc.

Las declaraciones malas que escuchamos acerca de nosotros mismos, de igual manera que como sucede con las buenas, forjan parte de nuestro carácter; escucharlas una y otra vez nos lleva a creerlas y a sentir constantemente que hay algo malo con nosotros que tenemos que cambiar urgentemente. Peor aún, esas afirmaciones son en ocasiones acerca de aspectos que no podemos cambiar porque están relacionados con cuestiones físicas o circunstanciales, y terminamos perdiendo la esperanza completamente, viviendo en la sombra de lo que ha sido declarado sobre nuestras vidas.

¿Pecas o eres pecador?

El problema es cuando empezamos a pensar así acerca del pecado. Comenzamos a ver nuestro pecado no como algo que hemos hecho o que hacemos, sino como algo que define nuestra identidad. Somos vistos por otros y por nosotros mismos con nombres y etiquetas como «el alcohólico», «el miedoso» o «el enojón», y ese pecado comienza a tomar control de nuestra vida entera.

Sin embargo, la Biblia nos dice algo muy distinto. Pecar no es algo que somos ni que nos define. Es algo que hacemos. Lo que nos define en realidad es nuestra fe en Cristo y lo que él ha hecho por nosotros. Cuando Dios nos ve, mira el sacrificio de Cristo y nos deja acercarnos como hijos santos. Una vez que entendamos esto comenzará a cambiar la percepción de nuestra identidad completa, porque cuando nos vemos a través de Cristo, no nos falta nada, y él nos va perfeccionando conforme a su imagen cada día.

Hombres nuevos

«En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4:22-24). Antes sí éramos pecadores y muchas cosas negativas podían decirse acerca de nuestra identidad (que eran ciertas). Sin embargo, dado que estamos en Cristo, Pablo nos pide que nos vistamos de un hombre nuevo, uno que ha creído en Cristo y cuya identidad está puesta en él. Ya no somos esclavos del pecado ni del temor, ya no somos todas esas cosas negativas que nos definían.

En 1 Corintios, Pablo elabora una lista de descripciones que determinan la identidad de algunos hombres, entre ellas: idólatras, avaros, borrachos, estafadores, adúlteros, etc. Los pecados son tan graves que se hace referencia a quienes los cometen como totalmente definidos por ese pecado. Sin embargo, después de dar su lista dice lo siguiente: «Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11). Esta es nuestra nueva identidad. Vivamos como si la creyéramos cada día de nuestras vidas.

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