Templanza, autocontrol o dominio propio. Este es el último ítem en la lista de manifestaciones que la presencia del Espíritu Santo produce en nosotros. Pero, ¿qué es y para qué sirve?
«En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas», Gálatas 5:22-23.
Por otro lado la Biblia también dice: «Cómo ciudad sin defensa y sin murallas es quien no sabe dominarse», Proverbios 25:28 (NVI).
En la antigüedad las ciudades estaban rodeadas de una gran muralla. Dicen los historiadores que las medidas oscilaban entre los diez metros de alto y los siete de ancho. Era una mega construcción que tenía funciones esenciales, prácticamente vitales para quienes vivían dentro de ella.
Investigadores y arquitectos coinciden en que sus constructores se esmeraban por hacer estas paredes impenetrables, por lo cual se levantaban sobre rampas que terminaban en zanjas que no permitían a los ejércitos de pueblos enemigos siquiera intentar escalarlas. El objetivo era muy sencillo, evitar que la ciudad fuera destruida y quienes vivían en ella fueran tomados como prisioneros.
Para algunos, dominio propio puede ser comer solo un pan en la mañana en lugar de dos, cerrar la boca en lugar de contar un chiste sobre la forma de vestir de un compañero, no volver a cometer adulterio o dejar de pelear con los suegros. Cualquiera que sea la necesidad, la Biblia nos advierte del peligro que corremos si somos de aquellos que se dejan llevar por sus impulsos.
El peligro de la falta de dominio propio es que deja sin protección lo que Dios nos ha dado: una familia, un ministerio, un cuerpo, un llamado, y el mayor peligro incluso es que estas cosas terminan por alejarnos de Dios.
Pero, ¿cómo se construye el dominio propio?
La Biblia describe cómo fue construido uno de los muros más famosas de la Biblia, bajo el liderazgo de Nehemías, la muralla de Jerusalén:
«La muralla fue terminada el veinticinco del mes de Elul, en cincuenta y dos días. Y aconteció que cuando se enteraron todos nuestros enemigos y lo vieron todas las naciones que estaban alrededor nuestro, desfalleció su ánimo; porque reconocieron que esta obra había sido hecha con la ayuda de nuestro Dios», Nehemías 6:15,16.
El dominio propio es nuestra capacidad de hacer buenas elecciones, pero no es una habilidad con que la que nacemos. Al igual que una muralla, es una obra que se construye con intención y constancia, pero sobre todo, con Dios como arquitecto.
Si aprendemos cómo hacer buenas elecciones y tomar decisiones, nuestros enemigos «desfallecerán» porque sabrán que por más que se esfuercen, no podrán derribarnos ni destruirnos.
La herramienta secreta
La imaginación o lo que también podríamos llamar revelación, es el arma secreta para desarrollar dominio propio. Un ejemplo sencillo y banal: ¿puedo tener la revelación de qué le pasará a mi cuerpo si me como dos panes en lugar de uno? Si puedo hacer eso, también puedo conocer por adelantado las consecuencias del adulterio o de decir mentiras.
Hay decisiones que para tomarse requieren de disciplina y dominio propio. En el momento parecen innecesarias e inútiles pero con el tiempo darán el buen fruto que producen quienes saben calcular el costo de sus elecciones.
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