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Todos necesitamos un Natán

Uno de los personajes que siempre utilizamos para ejemplificar la oración, el amor hacia el Señor y el tener un corazón correcto delante de él es el rey David. Sin embargo, otra de las áreas de su vida que utilizamos mucho como ejemplo es la de su pecado. Al leer sobre lo que él hizo aprendemos mucho acerca la importancia de no caer en la tentación y de tener cuidado con la manera en que invertimos nuestro tiempo. Sin embargo, recientemente, una de las cosas que me tocó aprender acerca del pecado de David, es que hubo alguien que lo ayudó a llegar al arrepentimiento.

Para ser perdonado, necesitas arrepentirte

Sabemos que Dios siempre está dispuesto a perdonarnos y darnos nuevas oportunidades cuando nos equivocamos. Cristo murió para redimir cada uno de nuestros pecados. Sin embargo, Dios no puede perdonar a alguien que no está arrepentido. En el libro de Hechos, en una de las ocasiones que Pedro predicó, mencionó lo siguiente: «Ahora pues, arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios para que sus pecados sean borrados» (Hechos 3:19). También Jesús exhorta a la iglesia en el libro de Apocalipsis, pidiéndole que se arrepienta de sus caminos: «Yo corrijo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé diligente y arrepiéntete de tu indiferencia» (Apocalipsis 3:19). Muchos ejemplos similares encontramos en la Biblia, en la que la clave del cambio comienza en el arrepentimiento.

Sabemos que el arrepentimiento implica un cambio de corazón y de camino, no solamente un remordimiento de los hechos realizados. Es muy importante pasar por este proceso en nuestra conversión y cada vez que pequemos, pues esto nos humilla, nos acerca a Dios y nos recuerda que necesitamos de su poder salvador. Aun así, no siempre llegamos a esta conclusión por nosotros mismos; en ocasiones necesitamos la ayuda de amigos, pastores, autoridades o familiares que nos hagan ver en qué hemos fallado y nos abran los ojos a una vida más madura en Cristo. Esto fue lo que le sucedió a David.

Un rey arrepentido

David cometió una serie de pecados que inició con un pensamiento de deseo hacia una mujer casada. Una cosa lo fue llevando a otra hasta que, de pronto, había caído en lujuria, fornicación, mentira, manipulación e incluso homicidio. Ésta es una de las cosas que el pecado hace en nosotros: de una cosa pequeña —como un pensamiento o una acción al parecer insignificante— es posible llegar a realizar cosas que jamás hubiéramos imaginado. Si a aquellos que hoy en día se han alejado de Dios les hubiéramos preguntado cuando estaban en el ministerio si creían posible en varios años estarían alejados de la iglesia o del Señor, estoy seguro que la mayoría hubiera contestado que no, sin embargo, a muchos les sucede, y es algo que se va produciendo gradualmente.

En el caso de David, habían pasado meses desde que sucedieron todos estos hechos, pues el embarazo de la mujer con la que él había estado ya había concluido y el bebé tenía ya tiempo de haber nacido. Sin embargo, de una manera muy astuta, con una historia, se le acercó el profeta Natán. Al escuchar lo que Natán le contaba, David respondió que el hombre de la historia narrada merecía la muerte por lo que hizo. Natán le dice que él es como ese hombre por las acciones que ha cometido. Y lo lleva hasta el arrepentimiento.

Este arrepentimiento fue muy profundo en el corazón de David e inspiró el Salmo 51, en el que David le pide a Dios que lo lave y limpie sus pecados. Este momento fue muy valioso para él, de manera que pudo enmendar su relación con Dios. Sin embargo, no hubiera podido ser así sin la ayuda del profeta Natán.

Seamos y tengamos buenos amigos

Imagino a Natán pensando en esta confrontación tan grande que tenía que hacerle a su rey, pero no se acobardó, sino que fue de suma bendición para la vida no sólo de David sino que de todo el reino. Esto es ser un buen amigo. Mira lo que dice el siguiente proverbio. «Mejor es reprensión manifiesta que amor oculto. Fieles son las heridas del que ama; Pero importunos los besos del que aborrece» (Proverbios 27:5-6).

Escuchar esto me enseña muchas cosas, entre ellas dos principales. Primero, a tener la fortaleza y sabiduría para poder escuchar este tipo de reprensiones de parte de mis amigos y autoridades. Por otro lado, me exhorta a ser un buen amigo y a ser luz para aquellos que están en el caminar de Cristo y que han cometido errores que aun no han llevado al altar del arrepentimiento. Esto no quiere decir que yo me voy a convertir en el Espíritu Santo reprendiendo a todos, pero sí que puedo ser de bendición, como la Palabra nos lo indica: «Si un creyente peca contra ti, háblale en privado y hazle ver su falta. Si te escucha y confiesa el pecado, has recuperado a esa persona» (Mateo 18:15). Seamos estos buenos amigos con nuestros hermanos en Cristo y a nuestra vez, tengamos buenos amigos que nos ayuden a seguir por la senda correcta. Esto nos beneficiará muchísimo en el camino que tenemos por delante, a fin de que disfrutemos plenamente la salvación que nos ha sido dada.

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