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Cómo admirar a otros sin fallar en el intento

«Soy el mejor», dice Tony Stark cuando se prueba por primera vez un nuevo modelo de su armadura, en Iron Man 3. Además, se define a sí mismo como «genio, multimillonario y filántropo» en la cinta Los Vengadores. Los comentarios altivos de este personaje son el ingrediente cómico de varias películas de la compañía de cómics, Marvel. Pero cuando alguien cercano a nosotros es así de presumido, ya no es tan divertido.

El ego de Tony Stark no es injustificado, no solo porque es un superhéroe, sino porque sus seguidores lo tienen como modelo y no dudan en hacérselo saber. En el mismo filme, este arrogante hombre se encuentra con un admirador quien le dice: «Milook está inspirado en ti». En seguida, se descubre el brazo y deja ver su tatuaje del rostro de Stark.

La dura verdad es que este tipo de episodios no ocurren solamente en la ficción. Todos hemos admirado a alguien, algunos al punto de tener pósteres y cuadernos  de un cantante, banda o actor. Al conocer a Dios nos dimos cuenta que necesitábamos derribar esos «altares» y ahora debemos esforzarnos por no volver a construir pedestales para nuestros predicadores o salmistas favoritos.

No está mal reconocer que ciertas personas nos inspiran. De hecho, es el mejor antídoto contra la envidia, pero sí es necesario tener clara la diferencia entre idolatrar y admirar. Es sencillo hacer de una persona un ídolo. La parte difícil es darnos cuenta y aceptarlo.

Dos conceptos pueden ayudarnos a identificar si tenemos un ídolo o si realmente admiramos a alguien: la adulación y la alabanza. 

El diccionario de la Real Academia Española define alabar como: «Manifestar el aprecio o la admiración por algo o por alguien, poniendo de relieve sus cualidades o méritos», mientras que adular es «hacer o decir con intención, a veces inmoderadamente, lo que se cree que puede agradar a otro». La adulación llega a la necesidad de la otra persona pero también a su debilidad, a ese punto de su identidad que necesita ser afirmado, aunque por Dios, no por nosotros. Además es una acción egoísta porque el adulador siempre espera recibir algo a cambio.

Si nosotros, que somos personas «comunes y corrientes», nos esmeramos por aprender a manejar el orgullo, ¿cuánto más lo harán quienes obtienen reconocimiento público por lo que hacen? No debe ser fácil recibir tanta atención, pero sobre todo, que los demás mortales tengamos altas expectativas de ellos y por eso les demos tan poca oportunidad de equivocarse.

Proverbios 29:5 (NVI) dice: «El que adula a su prójimo le tiende una trampa», pero también se la pone a sí mismo, porque espera demasiado de una persona que es tan humana como él. Una vez el objeto de su admiración falla, el adulador lo lanza del pedestal y se convierte en su juez.

Alabar a una persona nos permite resaltar las cualidades que ella pone al servicio de Dios, pero la adulación es una alabanza desenfocada y excesiva, que termina convirtiéndose en idolatría y en piedra de tropiezo para ambos. 

En 1 Corintios 8:9 (NTV) Pablo dice: «…ustedes deben tener cuidado de que su libertad no haga tropezar a los que tienen una conciencia más débil». Aunque hablaba acerca de los alimentos que los creyentes podían comer, este versículo es apropiado para decir que la libertad que tenemos de admirar a quien queremos no puede llevarnos a tenderles la trampa que los hará caer en su orgullo alimentado por la forma como los exaltamos.

No es nuestra responsabilidad lo que una persona sienta o piense a causa de nuestras palabras, pero sí la intención que tenemos al comunicarles nuestra admiración, ya sea personalmente o al escribirles a través de las redes sociales. También está en nuestras manos no exigirles que sean perfectos cuando sabemos que la única diferencia entre ellos y nosotros es que nuestros errores no están expuestos a la luz pública.

Admirar a otros nos inspira a ser mejores, nos enseña a ser misericordiosos, a verlos como seres humanos. Dios puede usar a quien esté dispuesto a obedecer, pero necesitamos entender que ese tesoro ha sido puesto en frágiles e imperfectas vasijas de barro.

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