¿Alguna vez has dudado de las promesas de Dios? ¿Has pensado que él no las cumplirá, incluso aunque algunas ya sean una realidad? Nos ha pasado a todos, porque como humanos olvidamos lo bueno, dudamos de lo extraordinario y somos susceptibles a optar por las peores elecciones, en este caso, no creer.
Y es que la fe es fundamental para ver las promesas cumplidas, porque nos da entendimiento del mundo espiritual: un terreno que, aunque nos cueste creerlo, alberga mejores regalos de parte de Dios que los que recibimos en la tierra. El lugar donde se cumplirá todo lo que Dios nos ha prometido en esta vida efímera.
Qué difícil es esperar a que una promesa se cumpla. Pero, ¿y qué si eres de aquellos que esperarán hasta la vida eterna para recibir lo que se les ha prometido? La Biblia dice que algunos recibieron poder, gloria y otros beneficios en la tierra (Hebreos 11:33-35). David, Samuel y Gedeón, son ejemplo de eso. Pero también hubo quienes «fueron ridiculizados y sus espaldas fueron laceradas con látigos; otros fueron encadenados en prisiones. Algunos murieron apedreados…»,(Hebreos 11:36-37, NTV). Los sueños de ellos quizá no se cumplieron en la tierra. Pensemos en Esteban, Pablo, Pedro y Jeremías.
Abraham, por ejemplo, recibió solamente una parte de la promesa que Dios le hizo: de una tierra por herencia y una gran descendencia, solamente vio lo segundo (Hebreos 11:8-9). Sus hijos Isaac y Jacob también heredaron ese pacto, pero tampoco lo vieron cumplido del todo. Sin embargo, lo que hizo de Abraham el padre de la fe fue que dio el primer paso para que ese pacto se cumpliera así no pudiera verlo con sus ojos terrenales.
En cuanto a su descendencia, Abraham tuvo que esperar para ver un atisbo de la promesa cumplida: su hijo Isaac nació cuando él tenía 100 años. «Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar», (Hebreos 11:12).
Ese versículo nos deja una enseñanza única: el cumplimiento de la promesa viene de lo que muere en nosotros, es decir, debemos morir a ella para recibirla, así como la semilla debe perecer para que nazca la planta. Abraham no dudó en morir a lo que Dios le había prometido incluso después de recibirlo; estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac porque seguía teniendo fe en Dios. Entonces, ¿Abraham vio solo una parte de la promesa, murió y allí quedó todo?
Hebreos 11:10 (NTV) dice que él «esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor». Así que la respuesta es no. Él tenía claro que recibiría lo prometido en la eternidad, por eso fijó sus ojos en el cielo y estuvo, más que con los pies, con las rodillas en la tierra.
¿Eres de los que tiene sus ojos puestos en los tesoros eternos y no en los de la tierra? ¿Eres de esos que ha tenido una vida con promesas cumplidas? O, por el contrario, ¿has llegado al punto de compararte con los que no llevan una vida tan complicada como la tuya? ¿Ya no crees en los pactos que Dios ha hecho contigo?
Jesús fue maltratado y llevado a la cruz, bajó al infierno, ¡se enfrentó cara a cara con Satanás! Pero luego subió al cielo para ser honrado por toda criatura, su nombre está por encima de cualquier otro. ¿Sabes qué dice la Biblia sobre aquellos a quienes les toca una vida más difícil? «Este mundo no era digno de ellos», (Hebreos 11:38. NTV). Tú ocúpate de ser tan fiel y firme como Abraham, el padre de la fe, que Dios se encargará del resto.
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