No podemos negar que tenemos la costumbre de clasificar a las personas. A nuestro criterio, algunos son intelectuales, otros divertidos, aburridos, antipáticos, amargados, intensos. Son muchos los sacos en los que metemos a quienes nos rodean. Pero una categoría de la que somos menos conscientes es la de los «comunes».
Estos son los que no nos dan pero tampoco quitan. Los vemos todos los días, les hablamos porque toca y no despiertan ningún interés en nosotros. Cuando estamos con ellos el tiempo se pasa lento, hay silencios incómodos y la conversación nunca traspasa la barrera de lo «normal». Son esos que por nuestros prejuicios o experiencias fácilmente ignoramos, nunca extrañamos, no odiamos ni amamos o en palabras más fuertes, los que consideramos insignificantes.
«Pero, ¡cómo podemos considerar que haya personas insignificantes!», dirán algunos. Lo cierto es que hay ocasiones en que nuestra humanidad domina nuestra espiritualidad y descubrimos pensamientos que no nos sorprenden mientras se quedan en la mente, pero cuando se transforman en palabras, nos escandalizan.
«Nos sean tan orgullosos como para no disfrutar la compañía de la gente común», nos dice Pablo enfáticamente en Romanos 12:16, y cierra con una frase que nos quita toda duda acerca de la intención de sus palabras: «¡Y no piensen que lo saben todo!». Lo que Pablo hace es ir directamente a la causa de porqué no apreciamos el tiempo en compañía de la gente común: porque somos orgullosos y nos creemos mejores que ellos.
«¡Y ahora me dicen que soy orgulloso!», pensarán otros. Si aún no has cerrado esta página, recuerda que la peor actitud frente a cualquier confrontación es ignorarla. Si todavía sigues aquí, déjanos mostrarte cuatro formas en las que puedes aprender a valorar el tiempo con cualquier persona que Dios ponga en tu camino. A fin de cuentas, toda oportunidad para doblegar el orgullo, uno de los males que más nos aqueja, no puede ser desperdiciada.
1.¡Escucha! La pregunta correcta abre el corazón. Un buen conversador no es el que más habla sino aquel que mejor escucha. Cada persona, por más común que parezca, tiene una historia que contar. Haz todas las preguntas que puedas, fíjate en los detalles y habla de ti mismo solo cuando sea necesario. «No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás», Filipenses 2:4 (NTV).
2.¡Humíllate! No es tan terrible como suena y tiene una gran recompensa, porque de lo que das, recibes. Si piensas primero en las necesidades de los demás, Dios se ocupará de las tuyas. Considerar a los demás como mejores a ti suprime ese concepto de personas «comunes» y transforma tus relaciones. Trata a los demás como tratarías a Jesús. «No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes», Filipenses 2:3 (NTV).
3. ¡Aprecia lo sencillo!Lo cotidiano es bello siempre y cuando estés dispuesto a apreciarlo. No permitas que el día a día convierta en paisaje a las personas, eso que ves todos los días y aunque sabes que es digno de admiración, ha perdido valor porque siempre ha estado ahí. No olvides que de lo simple y sencillo nació lo extraordinario. «Dios escogió lo despreciado por el mundo —lo que se considera como nada— y lo usó para convertir en nada lo que el mundo considera importante», 1 Corintios 1:28 (NTV).
4.¡Deja los prejuicios!Jesús nos enseñó que hay tesoros en donde normalmente no se encuentran: Él era hijo de un carpintero, con una apariencia común, pero se relacionaba con todo tipo de personas, tanto en posiciones de autoridad como aquellos que para el mundo no valían nada.«Te daré tesoros escondidos en la oscuridad, riquezas secretas. Lo haré para que sepas que yo soy el Señor, Dios de Israel, el que te llama por tu nombre», Isaías 45:3 (NTV).
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