Un pastor bien dijo una vez: «El cristiano es dependiente y vulnerable, débil y quebrantado, frágil e incomprendido, pero también el cristiano es trascendente, imparable e imbatible cuando ha cultivado un corazón apasionado por Jesús». La pasión es lo opuesto a la indiferencia, es la manifestación palpable de amor, gozo y plenitud. Lejos de atribuirse a los méritos del hombre, la pasión es un milagro, es producto de la gracia de Dios, pues el corazón del hombre por naturaleza va detrás de pasiones efímeras y terrenales. El corazón apasionado ha sido primero cautivado por la belleza indescriptible de Jesús.
Los cristianos más efectivos al compartir su fe son aquellos que han cultivado un corazón apasionado. ¿Por qué la gente creería en alguien que realmente no ha impactado nuestra vida entera? Nuestro mensaje se vuelve convincente cuando está acompañado de un gozo evidente, producto del efecto que ha tenido el evangelio en nuestro ser, en el que Cristo no es «algo más» sino que se ha convertido en la razón de ser de nuestra existencia.
Cuando un corazón está apasionado por Jesús no hay oposición que lo detenga. En Hechos 5:40-42 leemos cómo los apóstoles fueron azotados y amenazados para que dejaran de compartir la Palabra, pero lejos de intimidarse, salieron con gozo por haber sido tenidos por dignos de padecer por causa del evangelio y continuaron compartiendo el mensaje de Cristo.
Los hombres y mujeres apasionados por Jesús continúan impactando vidas a través de las épocas, porque hoy su legado trasciende más allá de la muerte. Somos inspirados por la historia de la vida de los «héroes de la fe» que lo dieron todo por Jesús. Constituyen esa «nube de testigos» que nos impulsa a no malgastar nuestra vida, a invertir nuestros días sobre la tierra para ganar los tesoros del cielo.
¡Pidamos fervientemente en oración al Espíritu Santo poder experimentar el poder de un corazón apasionado por Jesús!
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