Disponibles para amar
¿Alguna vez has escuchado la teoría que dice que todos tenemos distintos lenguajes de amor? Es por eso que, aunque todos somos amados por alguien, no siempre lo creemos, pues en ocasiones quien nos ama no entiende nuestras necesidades emocionales, nuestra necesidad de amar.
Puede ser que tú deseas ser amado con el tiempo de tu pareja, pero él o ella te expresa su amor dándote algún regalo, lo cual, en vez de hacerte sentir bien, te decepciona y te hace dudar de la genuinidad de sus acciones. Otras veces nos cuesta creer que somos amados porque alguien en nuestro pasado que debía hacerlo, no lo hizo, lo que nos lleva a desconfiar de todos los que se nos acercan.
El mayor problema
Muchas otras veces el problema somos nosotros mismos, pues iniciamos nuestras relaciones pensando en nuestro propio beneficio y en qué es lo que nos haría felices Años después, cuando las cosas no salen como esperamos, nos preguntamos qué fue lo que hicimos mal.
Hace poco me tocó presenciar a una pareja mientras tomaba la decisión sobre cómo se casarían legalmente. La novia quería hacer el trámite con bienes separados, pues decía que si algún día recibía alguna herencia de su familia o conseguía algún trabajo en el que ganara mucho dinero, le gustaría tener la libertad de elegir gastarlo en lo que quisiera sin tomar en cuenta la opinión o deseo de su marido. El novio, en cambio, no sabía si acceder, pero hablaba sobre la ventaja que esta decisión tendría en caso de que se divorciaran, pues entonces no tendría que compartir su casa con ella.
Aunque es obvio que algo en esta historia irá mal, no siempre nos damos cuenta de lo egoístas que somos en nuestras relaciones y de lo mucho que buscamos nuestro propio beneficio. El problema es que como amamos así, creemos que el amor de Dios por nosotros es igual de condicional y que también busca lo suyo, y eso no es así. Una y otra vez en la Biblia, los israelitas van tras sus propios deseos y Dios los persigue con lazos de amor. Él no decide pensar lo peor de nosotros, ni acordarse de nuestros pecados, sino que nos ama con un amor eterno e incondicional.
Disposición para mostrar
Cuando conocemos a alguien y nos enamoramos, estamos dispuestos a hacer lo que sea por esa persona; la visitamos todos los días a pesar de que viva del otro lado de la ciudad, le compramos regalos costosos, aunque después no nos alcance el dinero para cosas importantes, aceptamos hacer cosas o ir a lugares que no nos gustan por complacerla, etc. Sin embargo, al ir familiarizándonos con esa persona, a veces sucede que ya no sentimos la admiración que alguna vez tuvimos por ella. Se nos hace normal que esté a nuestro lado y no siempre agradecemos el tenerla. Así nos pasa también en ocasiones con Dios.
El primer amor
En Jeremías 2, el Señor le recuerda al pueblo de Israel acerca de cuando sentían este primer amor, el que siente un recién enamorado: «Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos…» (Jeremías 2:2-3). Así amaba el pueblo a su Dios. Sin embargo, pronto olvidó las bondades de su amado y se fue tras otros dioses y tras otros propósitos. Dios les recuerda en este mismo pasaje. «Así dijo Jehová: ¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí, y se fueron tras la vanidad y se hicieron vanos?» (Jeremías 2:5) Y a continuación la parte que más me impresiona acerca de lo que Dios les habla: «¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, aunque ellos no son dioses? Sin embargo, mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha. Espantaos, cielos sobre esto, y horrorizaos; desolaos en gran manera, dijo Jehová. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua» (Jeremías 2:11-13). Está en nuestra naturaleza, así como en la del pueblo de Israel, la infidelidad de buscar lo que nuestra carne nos dicte.
¡Hay tanto que podemos reflexionar acerca de estos versículos! Siempre estamos tras nuestros propios deseos y olvidamos complacer o el deleitarnos en quien nos rodea. Me impresiona que Dios les habla sobre cómo otros que siguen a dioses falsos lo hacen con fidelidad, pero ellos, que aman al Dios vivo, buscan sus propios deleites de manera egoísta. Así hemos hecho nosotros muchas veces, y quien recibe un amor imperfecto no sólo es el Señor, sino nuestras parejas y amistades también. Nos enfocamos en nuestro deseo de sentirnos amados y olvidamos así amar a los demás.
¿Cómo lo hago?
En el libro de Apocalipsis, Juan escribe a la iglesia de Éfeso algo similar a lo que Jeremías escribió al pueblo de Dios. Les habla sobre cómo están haciendo tantas cosas buenas, pero olvidando el primer amor que tenían por Dios, el cual era apasionado e imparable; ese amor que está dispuesto a hacer cualquier cosa, a pasar tiempo con el amado y a ver por los intereses del otro en vez del propio.
Esta es la manera en que Dios les pide que obren: «Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras…» (Apocalipsis 2:5a). El secreto está en el arrepentimiento, en permitir que el Espíritu Santo nos haga recapacitar y nos enseñe a cambiar nuestra manera de obrar.
Avivar el primer amor
Es importante también poner de nuestra parte para avivar ese primer amor, quizás con recuerdos, quizás con detalles hacia el otro, pero siempre con una actitud que no busca lo suyo. Hace poco me tocó oír una canción que escuchaba frecuentemente cuando comencé a seguir al Señor. Los recuerdos que esa canción me trajo me llevaron a un momento de evocar el amor que tuve por él en ese tiempo. Sé que hay muchas otras cosas que nos pueden hacer recordar nuestro amor y aun avivarlo todavía más.
Jesús dijo: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13). Esto es lo que él hizo por nosotros, darlo todo, poner inclusive su propia vida por amor, y espera que así seamos de vuelta con él y con quienes nos rodean, sobre todo con aquellos a quienes a pesar de que amamos, quizás por costumbre, a veces son a quienes menos procuramos complacer.
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