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El verdadero liderazgo

Todos hemos sido creados por Dios con una diversa y variada cantidad de dones. Hay quienes son muy buenos en hablar en público y predicar, hay otros que no lo son, pero que pueden cocinar muy bien, o que saben qué palabra de ánimo dar a alguien en necesidad. Hay quienes pueden enseñar algo con facilidad, y otros que son los mejores en organizar. En fin, todos los talentos de la iglesia son dados por Dios para la edificación de otros, y se unen entre ellos de manera tal que dice la Palabra que forman un solo cuerpo. «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo» (2 Corintios 12:12).

Todos los miembros son igual de importantes en el cuerpo, no hay unos más elementales que otros, sino que cada uno cumple su propia función, sin la cual, el cuerpo no estaría completo. Hace poco pensaba en la importancia de que entendamos e identifiquemos cuáles son los dones que tenemos en lo individual para poder ponerlos en práctica en beneficio de la iglesia, y de esta manera convertirnos en miembros útiles para el cuerpo.

Por otro lado, todo cuerpo tiene una cabeza que lidera y guía a cada uno de los miembros, quien en nuestro caso es Cristo. «Y él (Jesús) es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia»(Colosenses 1:18). A través de su ejemplo, Cristo nos enseña cómo es el verdadero liderazgo en la manera en que él guía a su cuerpo. Una muestra de ello es que la manera en que él cuidó y amó a su iglesia fue entregando su vida por ella. Usualmente, aquellos que han sido puestos sobre autoridad, se alegran de tener a otros a su cargo para que hagan su trabajo pesado o indeseado y para sentirse superiores a los demás por los logros obtenidos. Sin embargo, en una ocasión en que sus discípulos se preguntan sobre quién se sentará a su derecha y a su izquierda en el reino, Jesús responde lo siguiente: «…Ustedes saben que los gobernantes de este mundo tratan a su pueblo con prepotencia y los funcionarios hacen alarde de su autoridad frente a los súbditos. Pero entre ustedes será diferente. El que quiera ser líder entre ustedes deberá ser sirviente, y el que quiera ser primero entre ustedes deberá convertirse en esclavo. Pues ni aún el Hijo del Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su vida en rescate por muchos»(Mateo 20:25-28). El liderazgo de Jesús fue distinto, por lo tanto, nuestra manera de llevar nuestras vidas como miembros del cuerpo también debe ser muy distinta a la de este mundo.

Por ejemplo, Pablo habla en la carta a los Efesios sobre cómo debido a esta entrega tan grande de Cristo al dar su vida, nosotros debemos ser iguales con nuestros cónyuges, con nuestros jefes, nuestras autoridades, nuestros subordinados, etc., pues todos somos miembros del cuerpo de Cristo. Él es el ejemplo perfecto. «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cuál es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, al fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha» (Efesios 5:22-27).

Este mismo amor de entrega que Cristo tuvo por nosotros, debemos demostrarlo como esposas en la manera en que nos sujetamos a nuestros esposos, así como Cristo se sujetó al Padre; y esta manera de entrega debemos demostrarlo como esposos al entregar nuestras vidas por nuestras esposas. De igual manera aplica con cualquiera de nuestras autoridades, creando un círculo de sujeción y entrega.

Terminando con lo que comentábamos al principio, es por eso que debemos estar al tanto de cada uno de los dones que Dios nos ha dado y ponerlos al servicio de nuestra iglesia, pues servir a otros es la mejor manera de convertirnos en un líder parecido a Jesús; en sujeción a nuestras autoridades, y en servicio y edificación del cuerpo, de cada uno de sus miembros. Esto es el verdadero liderazgo.

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