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Con los ojos en la meta

Una de las muchas exhortaciones que da el apóstol Pablo en la carta a los Romanos es aquella en la que llama a los creyentes a estar «conscientes del tiempo en el que vivimos»(Ro. 13:11 NVI), y de lo cerca que está la venida del Señor. Es verdad que nos encontramos en una época históricamente difícil. Por un lado, tenemos tecnología y acceso a la información como ninguna otra generación había tenido, incluso vivimos una sobresaturación de comunicación; una de las ventajas de ello es que nunca en la historia habíamos estado tan cerca de llenar el mundo con el mensaje del evangelio como ahora. Pero, por otro lado, tanta información en ocasiones parece habernos cauterizado, ya que vemos en muchos casos una indiferencia por parte de la iglesia global a los problemas del mundo y a la evangelización del mismo, mientras nadamos en una santidad a veces más cultural que real, lo que nos priva de dejar que el Espíritu mueva nuestros corazones.

Precisamente, una de las cosas que Jesús advirtió en Mateo 24, cuando le preguntaban sobre los últimos tiempos, era que «por multiplicarse la maldad, el amor de muchos se enfriaría» (Mt. 24:12). Pero tanto Cristo en este pasaje, así como Pablo en el anterior, nos dan aliento para seguir peleando la buena batalla en medio de la generación en la que nos encontramos, sin temor ni vergüenza del evangelio. «Mas el que persevere hasta el fin, ése será salvo»(Mt. 24:13 RVR60). Cristo nos recuerda que los tiempos serán difíciles, pero también que la gloria que nos espera al final del camino es mayor que cualquier dificultad. «Ya que es hora de que despierten del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos. Por eso, dejemos a un lado las obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz»  (Ro. 13:11-12). Pablo también nos habla sobre lo cerca que está ya nuestra salvación, sobre todo si la comparamos con lo corto que es nuestro tiempo en la tierra, y nos exhorta a que nos vistamos de las obras de la luz, es decir, de las obras de Cristo.

Muchas veces, en la sabiduría humana, nos hablan sobre tener una meta tangible trazada para poder seguir creciendo y llegar a donde queremos. Por ejemplo, a un vendedor se le puede motivar haciéndole pensar en el carro o la casa que se va a comprar si logra sus objetivos de ventas de largo plazo; o a una madre, cansada de disciplinar a su hijo, se le puede motivar recordándole lo buen hombre que será cuando crezca, gracias a todo lo que ella invirtió en él. De igual manera, la Biblia nos da una enorme y digna motivación para perseverar en un mundo caído y oscuro: Cristo. El autor de Hebreos nos recomienda que corramos la carrera que tenemos por delante con los ojos puestos en Jesús (He. 12:1-3), y esto hará que no nos cansemos. Sigamos, por lo tanto, hasta alcanzar el premio. «¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero solo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire»(1 Co. 9:24-26 NVI). No estamos solamente pasando por esta vida, tenemos una meta trazada a la cual seguir firmemente, y mientras nuestros ojos se fijen en ella y perseveremos, pronto podremos ver el fruto de nuestro esfuerzo, cuando lleguemos a su presencia y podamos escuchar las palabras saliendo de su boca: «Buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor»(Mt. 25:23 RVR60).

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